Viejos los trapos

Viejos los trapos

Esta mañana me llegó un email con la información de la convocatoria para la cuarta edición del “Premio estímulo a la escritura” co-organizado por el diario La Nación, Fundación Bunge & Born y Fundación Proa. Comencé a leer y me entusiasmé: una iniciativa piola con muy buena remuneración para los ganadores y clínicas de obra para las menciones. Avancé y me sorprendí con la diversidad de géneros a la que apunta. El texto habla de impulsar nuevas voces y narrativas, una hermosa iniciativa que se desvaneció rápidamente ante mis ojos en la descalificación por edades: “autores de 20 a 40 años de edad que deseen presentar una obra en desarrollo”. Si el criterio fuera “autores sin obra publicada” lo entendería pero, pensar que los únicos que pueden tener proyectos de obra en desarrollo que necesitan estímulo en el proceso de escritura o incentivo económico para la edición son los menores de cuarenta años resulta chocante y discriminatorio. Y por sobre todas las cosas, la suposición de que “las nuevas voces” sólo pueden surgir antes de los 40 años es lo más preocupante. El mensaje implícito en esa decisión es triste, conlleva no solo el culto a la juventud que esta sociedad cultiva cada día más sino también, el exitismo y esa idea de que si antes de cierta edad no tuviste determinados logros importantes estás acabado. Entonces, como acto reflejo, se me vinieron a la cabeza todos los autores y autoras geniales que publicaron su primera obra después de esa edad. El primero en quién pensé fue Julio Cortázar, cuya primera novela publicada es “Los premios” a los 46 años de edad. Mi querido Daniel Defoe hace su debut con “Robinson Crusoe” a los 59. El primer libro de Henry Miller, “Trópico de Cáncer”, fue publicado cuando él tenía 45 y en Francia, porque era riesgoso hacerlo en el mercado americano en ese momento. Marcel Proust da al mundo su primera obra a los 43 años y paga los costos de su bolsillo porque no había interés en su material. Sin contar todos los autores que fueron publicados después de muertos como la entrañable Sylvia Plath con su maravillosa obra “La campana de cristal”. O casos curiosos como los de José Saramago y Miguel de Cervantes. El autor portugués publica una primera novela sin mucho éxito a la edad de 25, se aleja durante veinte años de la escritura y retoma su trabajo literario con 45, momento a partir del cual escribe todas las novelas maravillosas que hemos leído. El autor español, considerado una de las máximas figuras de la literatura española y padre de la novela moderna, publica “La Galatea” también sin mucho éxito a la edad de 38 y recién veinte años después aparece su obra cumbre “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” con 58 años de edad. Entonces, volviendo al punto de partida, el límite de edad no hace ningún sentido en la convocatoria y solo agiganta los agujeros negros de esta sociedad. Los actores y actrices sabemos perfectamente lo que significa “ser viejo o vieja” para el mercado. En el territorio del cuerpo la feria de cirugías y tratamientos variopintos están a disposición para todos los gustos y bolsillos. No imagino cómo se podrían estirar los pliegues de un texto para hacerlo parecer lo que no es: nacido de una mano más joven, pero bien podría ser el disparador de nuevos heterónimos. El paso del tiempo se ha vuelto una condena con la que debemos aprender a convivir y hacer todo lo posible para que no se note porque es vergonzante. Aún recuerdo aquello que nos dijo uno de los primeros maestros de actuación: “No esperen ser buenos actores y actrices hasta después de los 40 porque la madurez en la actuación está íntimamente ligada a la madurez en la vida y eso empieza a suceder después de los 40”. Llevo 26 años dando clases de actuación y siempre me sentí orgullosa de la diversidad de edades en mis grupos. Quienes estudiaron y/o estudian conmigo pueden dar fe de que tuve en reiteradas oportunidades alumnos de más de 70 y 80 años conviviendo en nutritivo intercambio con otros de 18 y todas las variedades en medio. Ya lo dijo Einstein: la distancia y el tiempo no son absolutos, sino que dependen del observador. Mi viejo me enseñó que te morís el día que dejaste de tener proyectos y soy de las que apuestan por un mundo lleno de personas de más de cuarenta años con proyectos de obra en desarrollo que merecen una oportunidad.

*He colocado todas las edades en números de manera deliberada.